Mis padres me ven comer. Bueno, mejor dicho, ven como la comida de los platos que me dan desaparece, pero que no engordo nada de ello... Ya se temen lo peor, y mi madre me ha planteado varias veces eso de llevarme a un psicólogo. Al fin y al cabo, tengo la talla 36 de pantalón, habiendo tenido la 40 hace seis meses. He perdido unos quince kilos, y eso no es invisible a ojos de nadie.
Pero aún así, no pueden afirmar que adelgazo a propósito, porque no me ven deshacerme de la comida. Obviamente, tengo mis propios trucos elementales para que eso sea posible. Por ejemplo, siempre que voy a comer, llevo zapatillas de andar por casa. Y cuando mis padres no ven, meto la comida en servilletas y la escondo en ellas. Las guardo en la punta de las zapatillas y luego, cuando ya tenga mi propia libertad, las tiro a la basura.
Cuando me paso mucho de comer y no me controlo, vomito. Intento no abusar de ello, porque es una experiencia muy desagradable. Pero hay veces que no puedo evitarlo...Pero, ¿merece la pena tener que soportar todo esto?
Ana, me he dejado guiar por ti... pero, realmente, ¿me has engañado? ¿o es solo esto el sufrimiento por el que se ha de pasar para ser perfecto?
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