Ya no pienso nunca en la comida. Supongo que eso es un paso, ¿no? No hago cuentas en mi cabeza de calorías, ni me peso en las farmacias a escondidas. Aún así, me corto muchísimo más que antes, y me planteo el suicidio más veces. Eso me asusta.
Una psiquiatra dijo que tenía un trastorno depresivo mayor. Quizá yo necesite algo más que vigilancia a la hora de comer.
No sé qué debería hacer. Yo me dejo llevar. Pero quizá me canse de avanzar en algún momento.
Cuando yo estuve ingresada en el hospital, me percaté de que era una cárcel. Había una preciosa cámara vigilándome siempre y una mirilla en el baño. Las reglas eran bien estrictas: comer en 40 minutos, absolutamente TODO lo del plato (hasta beberse el aliño de la ensalada). Luego reposar durante una hora en comidas y cenas o media hora en desayunos y meriendas, sin hacer NADA.
Estuve un mes allí. Y no quiero volver nunca.
No me malinterpretéis. Hay gente que sí que lo necesita. Pero eso no era para mí. No quiero asustar a nadie que vaya a ser ingresado ni nada. Ya sabéis, esta enfermedad es muy diferente en cada uno de nosotros, y por eso mismo, es difícil de curar. Pero tengo la esperanza de que lo conseguiremos. Ya se sabe el dicho: la esperanza es lo último que se pierde.
Creo que algo importante para curarse es no pensar en la enfermedad. No pasarse TODO el día en webs de internet como la mía propia. Supongo que si lo piensas con detenimiento, es como contraproducente para mí decir eso, porque estoy diciendo que no entréis tanto en mi blog y tal, pero es por vosotras. Creo que un gran paso para dejar de estar obsesionada es dejar de incitar el que se piense siempre en eso.
Desde aquí yo doy fuerzas a todo el que lea esto de que siga adelante. Supongo que no es demasiado, pero es todo cuanto puedo ofrecer.